martes, 2 de junio de 2015


30 AÑOS DESPUÉS
DE LA PRIMERA
La segunda proscripción de Wilson

Treinta años después de haber sido proscripto por la dictadura, el líder nacionalista vuelve a ser proscripto por su propio partido, que lo retira de la liturgia partidaria para condenarlo al olvido.
Por Carlos Luppi
Wilson Ferreira Aldunate estuvo proscripto, preso y silenciado por la dictadura en las elecciones de 1984 –“una de las más sucias de nuestra historia”, al decir del inolvidable doctor Óscar Bruschera– que dieron la victoria a Julio María Sanguinetti. En 2014, treinta años después, su nombre y su retrato fueron eliminados de todas las listas y de todos los discursos del Partido Nacional por “orden superior”. En cambio, fue muy mencionado en ámbitos del Frente Amplio. Por algo a los partidos políticos les va como les va.

La vida nos enseña algo nuevo cada día. En lo que fue mi larga militancia en el Partido Nacional me acostumbré a la enorme cantidad de inevitables “liturgias” que rodeaban y caracterizaban a esta colectividad política. Una de ellas, inscrita en el estricto culto al glorioso pasado de quienes se consideraban seguidores del federalismo artiguista (porque ya ni de eso podemos estar seguros), fue que siempre las listas de votación venían, a veces anacrónicamente, orladas de una larga serie de retratos de caudillos y líderes, en los que la divisa fue tan pródiga y generosa hasta hace unos cuantos años.

Hace ya 26 años que el retrato de Wilson, el mayor caudillo del Partido Nacional en el siglo XX, y el único progresista, pasó a tener un carácter, más que litúrgico, sacramental. Y traía buena suerte a quienes lo portaban con honor.

Con gran sorpresa constaté su ausencia, al repasar una y otra vez las listas del Partido Nacional que comparecieron en los comicios del 26 de octubre (en las que, dicho sea de paso, al Partido Nacional le fue muy mal, y por algo fue). Ahora está colgado de un pincel de muy pocos pelos sostenido por Pedro Bordaberry, cuya consigna rectora para acompañar a los blancos conocemos por sus propias palabras y las del educador Pablo da Silveira, (intercambiadas ante un estrado).

Borges decía que el destino se expresa por símbolos, y que a veces es muy cruel. Yo agregaría que cada cual va construyendo en buena parte su destino.

Con Juan Raúl Ferreira, con quien, aparte de una vida en común que arranca en mi militancia en el año 1970, me unen desde preocupaciones comunes a temas de trabajo puntuales. El hijo de Wilson me contaba acerca de la cantidad de gente, de todas las edades y condiciones que, en las redes, ignorando que él no puede emitir juicios políticos en razón de pertenecer al Directorio de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo (INDDHH), lo han acosado reclamándole, a veces agresivamente, que diera las razones por las que el Partido Nacional no puso ni mencionaba en sus discursos, nada menos que a Wilson, precisamente, lo mejor –y esto es de mi cosecha– que el partido tenía para mostrar.

En varias conversaciones hemos dado vueltas sobre el tema y llegamos a la conclusión de que este “silencio a gritos”, que debe haber herido no sólo a muchísimos wilsonistas, sino también a numerosos viejos herreristas, esa ausencia de fotografías y de nombres cargados de gloria (como los generales Manuel Oribe, Leandro Gómez, Aparicio Saravia y, por supuesto, Wilson), tenía que ver directamente con la estrategia de marketing elegida por la fórmula presidencial del Partido Nacional, bajo el lema de “somos hoy, somos ahora”. Resulta innecesario aclarar al lector que esta doble afirmación refiere a un estado de situación muy posmoderno, que no reconoce pasado ni proyecta futuro. Justamente, es la negación de la esencia de todos los partidos políticos uruguayos (salvo, ahora, este, que se autoexcluye para vivir en una “instantaneidad” irreal), orgullosos de un pasado y prometedores de un proyecto de porvenir compartido.

Mucho tiempo nos dedicamos a analizar este “somos hoy, somos ahora” y sus posibles implicancias, porque si para alguien constituye la negación de lo que su partido fue desde su fundación en la Batalla de Carpintería en 1836, hasta por lo menos 1988, es justamente para los blancos. Nadie como los blancos, y en buena hora, hizo de la historia el principal componente del bagaje ideológico y programático del partido y su principal motivo de orgullo.

Llegamos entonces a la conclusión freudiana de que toda negación implica un ocultamiento. Había algo que se quería ocultar, y no eran sólo los próceres del partido. También, y esto es muy fuerte, se ocultaba el gobierno nada menos que del padre del candidato presidencial, el ex presidente Luis Alberto Lacalle Herrera, tan orgulloso de su gestión como para mostrarla por lo menos en dos libros: Políticas y resultados. 50 meses de gobierno, una recopilación publicada por el herrerismo, y Lacalle, con alma y vida, escrito por Atilio Garrido.

Pero la actual fórmula presidencial optó por abolir el pasado, seguramente para ocultar alguna parte. Por algo habrá sido. 

El segundo episodio notable de estas elecciones fue, para Juan Raúl, lo ocurrido alrededor de actitudes de la compañera eterna e incomparable del caudillo blanco, Susana Sienra de Ferreira –muy libres, como todo lo de ella– y de algunas visitas que recibió.


El primero fue la entrevista, muy fresco, muy espontáneo, que concedió a Caras y Caretas el 5 de setiembre, donde, en lo medular, declaró: “Soy blanca como hueso de bagual, pero me gusta mucho Tabaré. Me da confianza”. Eso desató en las redes un torrente de improperios hacia Juan Raúl por “haber permitido” que Susana dijera eso. Como si él o algún otro ser humano pudiera manipularla. O no la conocen, o no se animaron a dirigirse a ella porque sabían lo que les iba a contestar.


El segundo episodio fue cuando presentó la reedición de su libro Tocando el cielo. El viaje final de mi padre, Wilson Ferreira. Allí, en una sala Adela Reta colmada hasta el apretuje, estuvo toda la plana mayor del Frente Amplio, encabezada por el presidente de la República, José Mujica, la presidenta del Frente Amplio, Mónica Xavier, María Auxiliadora Delgado de Vázquez y decenas de dirigentes de primera línea que Juan no nombra para no olvidar a ninguno. Blancos estaban el presidente del directorio, Luis Alberto Heber Fontana, Pablo Iturralde y Pablo Abdala. Lejos de ellos, Alem García. Nadie más. Ese día, Susana, muy frágil físicamente a sus 94 años, se sentó al lado de Pepe Mujica, quien la homenajeó reiteradamente.

Esto fue símbolo de lo que ha ocurrido durante muchos años, desde 1990, cuando se dejaron de hacer actos en memoria de Wilson en el cementerio –como se le hacen hasta al general Mario Óscar Aguerrondo– y cuando quienes más lo han evocado han sido Tabaré Vázquez y otras figuras frentistas. También han sido publicaciones frentemaplistas como La República y Caras y Caretas las que permanentemente han insistido en su recuerdo.

Todo esto decanta en las visitas que le hicieron a Susana el doctor Tabaré Vázquez y su esposa, María Auxiliadora Delgado, el 25 de octubre, víspera de su cumpleaños, y José Mujica y Lucía Topolansky el mismo 26 de octubre, cumpleaños de Susana y día de elecciones nacionales. “Otra vez un torrente de agravios a mi persona”, nos cuenta Juan Raúl, “ya que no pueden meterse con la propia Susana”.

Juan Raúl cuenta que responde mecánicamente a esos agravios: ¿Por qué no la visitan ustedes? ¿Por qué han estado ausentes desde que Wilson se fue de esta tierra? ¿Por qué Vázquez y Mujica son los primeros presidentes de la República en visitarla, y lo hacen repetidamente junto a sus señoras esposas? ¿Por qué el Partido Nacional no le rinde homenajes a Wilson?”.

Y agrega otro argumento de hierro: “¿Puedo yo, acaso, interponerme ante el doctor Vázquez y el presidente Mujica y decirles que no pueden ver a Susana? ¿Por qué y con qué derecho habría de hacerlo?”.

Todo esto es muy doloroso, pero muy explícito: se niega a Wilson y se trata de impedir que otras colectividades políticas, honrosamente, hablen de él con afecto y emoción, y lo incorporen –extraordinario homenaje que lo convierte en figura nacional– a su patrimonio político, algo que constituye un gran orgullo para todo wilsonista que se precie de tal, como el firmante.

Acaso lo más tremendo de todo esto es que Wilson haya sido proscripto por la actual cúpula del Partido Nacional en 2014 como lo fue por la dictadura en 1984.

Wilson, al que la derecha uruguaya impidió fraudulentamente ser presidente de la República en 1971 y en 1984, estuvo presente en la instancia más importante de las elecciones del 26 de octubre de 2014, que fue cuando el doctor Tabaré Vázquez convocó, desde el estrado de la victoria, a “wilsonistas y batllistas” a unirse al Frente para lograr la victoria de un proyecto nacional, popular y progresista. Wilson estuvo presente en la victoria del partido vencedor en esa instancia, que lo valoró como uno de los suyos.

Venció la proscripción que le impusieron otros.

Los resultados electorales hablan por sí mismos: los wilsonistas que no toleramos la proscripción en 1984, tampoco la aguantamos en 2014.

Por sus conductas, a los partidos políticos les va como les va.
* Publicado en Caras y Caretas el viernes 07 de noviembre de 2014

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